«Cada vez que alguien os diga que las chicas no son de ciencias, ponedles este libro delante de la cara, ¡BOOM! Porque si hay algo que está científicamente superdemostrado es que las chicas molan muchísimo». Irene Cívico presenta así Las chicas son de ciencias, un libro que habla de la vida y la obra de «25 científicas que cambiaron el mundo».
Veinticinco mujeres que «lucharon a tope contra los estereotipos, rompieron las normas que la sociedad les imponía, creyeron en ellas mismas incluso cuando el mundo entero ponía en duda sus habilidades y terminaron demostrando lo fuerte que podían petarlo en el mundo de las ciencias».
Cívico lo cuenta así. En un lenguaje actual, en palabras que enganchan a las adolescentes, a las niñas y a muchas adultas. Y, de paso, a los niños y a los hombres. Porque ellos deberían conocer también a estas mujeres que hicieron avanzar la tecnología y la ciencia.
La autora vuelve a trabajar con el periodista y escritor Sergio Parra, y con la ilustradora Núria Aparicio, en este libro que continúa la serie de Las chicas son guerreras (Penguin Random House). Voló la obra cuando la presentaron a finales de 2016 y eso les indicó que hay una curiosidad inmensa por descubrir a tantas y tantas mujeres excluidas de los libros de historia.
Las chicas son de ciencias presenta cada una de sus 25 protagonistas en una ficha que informa de su fecha y lugar de nacimiento, su mayor logro, su lema y lo mejor de todo: por qué debemos copiarlas.
¿Por qué copiar a Margaret Sanger, la enfermera que luchó por la planificación familiar?
Porque «nadie debería decidir por ti sobre tu cuerpo y tu mente: ¡son tuyos!».
Porque «nadie debería decidir por ti sobre tu cuerpo y tu mente: ¡son tuyos!».
¿Por qué copiar a Margaret Hamilton, la ingeniera que nos llevó a la Luna?
Porque «si quieres hacer algo tan nuevo que no tiene nombre, invéntatelo».
Porque «si quieres hacer algo tan nuevo que no tiene nombre, invéntatelo».
Caroline Lucretia Herschel
Fue pequeña toda su vida; no solo de niña. Esta mujer alemana apenas alcanzó los 1,30 centímetros. Pero a pesar de vivir más cerca del suelo que sus coetáneos, logró alzar la vista más lejos que ninguno. No lo tuvo fácil porque en la época en que vivió, el siglo XVIII, tener una cualidad distinta a las habituales metía a esa persona en el saco de «gente inferior o impura, ojito al dato, ¡impuras! Desde luego, la ignorancia es muy atrevida…», advierte Cívico.A Caroline Herschel, de día, le tocaba limpiar, cocinar y esos trabajos que siempre se han endiñado a las mujeres, pero de noche, miraba el cielo desde el jardín. Y para ver mejor las estrellas, ella y su hermano William «construyeron sus propios telescopios, tan sofisticados que se calcula que fueron 20 veces más potentes que los mejores de la época».
Juntos descubrieron Urano. Por este hito a él lo nombraron astrónomo oficial del rey de Inglaterra. Caroline comenzó entonces a trabajar como su ayudante y eso la convirtió en «la primera mujer en la historia en recibir un sueldo por su trabajo como científica».
Grace Hopper
También bajita, también enorme. A esta neoyorquina, una de las primeras mujeres que se doctoró en Matemáticas en la Universidad de Yale, le aburrían los días iguales. El estallido de la Segunda Guerra Mundial dinamitó su vida. «Se divorció, abandonó su puesto como profesora y, con 36 años, se alistó en la Marina estadounidense. Hala, a ver mundo».Al poco se convirtió en la teniente Hopper y era tan lúcida que la enviaron a Harvard con la misión de desarrollar el Mark I: «un superordenador diseñado para solucionar problemas militares». Aunque entonces una máquina supersónica, bastante rudimentaria a los ojos de hoy, ocupaba una habitación entera y hacía un ruido infame.
Pero ¿cómo podrían entenderse los humanos y ese armatoste? Grace Hopper inventó un lenguaje para poder hablar con cualquier ordenador del mundo, el COBOL. «Grace se atrevía con todo y tenía siempre una bandera pirata en su despacho para recordarle a todo el mundo que ella no se detenía ante nada para conseguir lo que quería».
María Teresa Toral
En su vida está grabada la historia de cientos de miles de mujeres y hombres que lucharon contra la dictadura franquista. En 1933 obtuvo el Premio Extraordinario por la brillantez con la que había cursado las carreras de Farmacia y Ciencias Químicas. Enrique Molas, uno de los científicos más importantes del momento, vio que era extraordinaria y le ofreció trabajar con él para determinar los pesos moleculares y atómicos. Al poco la llamaron también de Londres pero en Madrid, donde trabajaba, le asaltó una guerra civil y la detuvieron por defender los ideales de la República.Los fascistas la encerraron por sus ideas y en la cárcel, hambrienta y helada de frío, veía cada día la muerte de otras reclusas. Pero el horror no pudo con ella. «María Teresa ayudaba a curar a otras prisioneras o las distraía dando clases de idiomas».
Tampoco la pararon la traición, otra reclusión en la cárcel, una condena a muerte y el exilio. Volvió a dar clases de química, a dibujar y a transformar el sufrimiento en ilusión. Esta vez, en lugar de usar fórmulas y probetas, convirtió una de las prisiones donde estuvo presa en una galería de arte para mostrar sus grabados.
Maria Sibylla Merian
Esta alemana, nacida en el lejano 1647, pasó su vida rodeada de pinceles y bichos. De «esos bichitos feos y arrugados que se montan su abriguito de seda y, después de ser capullo un tiempo, van y se convierten en mariposas preciosas, dejándote loco de amor», describe Irene Cívico, en palabras juveniles, coloquiales, de hoy.Cuenta la autora que a Sibylla estos bichos le alucinaban más que a nadie. Empezó a buscarlos, guardarlos, estudiarlos y pintarlos también. «Algo digno de admirar ya de por sí, porque la mayoría de insectos son un poco asquerosetes. Pero es que, además, en aquella época no eran interesantes para nadie, sino algo repugnante que debía ser chafado de un pisotón».
Sibylla era una valiente. No solo por estudiar huevos de rana y la metamorfosis de los renacuajos, sino por atreverse a separarse de su marido. Lo hizo en el siglo XVII, cuando todo lo que se esperaba de una mujer era parir y cuidar del hogar. Pero además hizo algo insólito: «viajar a la selva de Surinam para ver con sus propios ojos animales todavía más exóticos y extraños».
Aunque «a todo el mundo le pareció una mala idea y todos le dijeron que las mujeres no podían ir por los sitios así a lo loco», relata Cívico. Pero «¿sabéis qué hizo Maria? Las maletas. Y se plató allí con su hija Johanna, emprendiendo lo que sería ¡uno de los primeros viajes científicos de la historia!».
Mileva Maric
Es «la gran física a la sombra de Einstein» aunque ha pasado a la historia como «la primera esposa del científico». Lo que no se dice tan a menudo es que ella también era científica y que en las cartas que se escribían Albert y Mileva, además de amor, había mucha ciencia. «Einstein siempre se refería a ello como “nuestro trabajo” y “nuestra investigación”. Sin embargo, ¿sabéis quién obtuvo el Premio Nobel? Lo habéis adivinado: Albert Einstein».Te puede interesar también: La vida de 26 grandes mujeres contada para adolescentes